domingo, 31 de agosto de 2008

lecciones de teatro clásico IV

Kevin Spacey en el Old Vic londinense.
LECCIONES DE TEATRO CLÁSICO IV

Hace poco y al hilo de los comentarios vertidos en nuestra sección dedicada al verso y a los poetas del siglo de oro, decíamos que el verso es una manera distinta de organizar el pensamiento. Todo nuestro teatro áureo está escrito en verso y ello hace del mismo que sea la principal herramienta que tenemos al alcance para reconstruir el universo dramático de Calderón de la Barca o de Tirso de Molina. Esa manera distinta de organizar el pensamiento convierte al verso inmediatamente en una medida también del pensamiento -¿qué pensamiento? esa es la cuestión- y por supuesto en una medida de la actuación del actor. Así que actores recordad cuando os enfrentéis a nuestro teatro clásico que si es una medida del pensamiento lo puede ser -el verso- de vuestras emociones y sentimientos y, no temáis, las medidas ayudan al ser humano a ordenarse.


Cuando el verso viene rimado significa que tiene un sólo código pero, tranquilos, visualizable -no como en la prosa o el verso libre-. Detectado el esquema, detectado el marco hay que familiarizarse con su sistema estrófico y ya está. Ah, y no hay mejor marco oral que el que genera el verso. El barroco se inventó sus fórmulas propias para esconder ahí lo que no podía decirse abiertamente, su teatro está lleno de estos ejemplos sólo hay que rastrear los versos para descifrar los secretos y misterios de cada autor.


El milagro llega cuando el buen actor -familiarizado ya con estos esquemas y medidas- introduce su cuerpo y, sobre todo, lo entiende con el cuerpo, no con la cabeza. Cuando su cuerpo se ajusta a la medida del verso todo fluye de manera orgánica para él y de manera creíble e inteligible para el espectador.


Lo demás es clarificar lo que dice el personaje con ojos curiosos, con mirada limpia y nueva. En esta fase no sirve de nada la memoria colectiva o lo que dijo el profesor fulano o el especialista zutano si el actor no lo ve por sí mismo. De otra forma se cae en la recitación banal y ridícula que muchos actores han practicado sin ningún tipo de verdad, sólo pensando en las cualidades sonoras del texto -que las tiene-.


Si el actor no siente que está verdaderamente contándole al público lo que le pasa a su personaje que tenga por supuesto que no está pasando nada entre el escenario y el patio de butacas. Las palabras del personaje sirven precisamente para saber lo que le pasa a ese personaje y eso es sagrado -sus deseos, sus fracasos, sus sueños, sus miserias, sus recuerdos, sus inquietudes- que le llegue intacto al espectador.


Esta es la lección y la ayuda que nos presta el verso por eso es tan importante que esté el actor -y todo el equipo creativo- familiarizado con esta forma de mirar el verso tan sencilla, tan natural y tan humana.

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