viernes, 5 de septiembre de 2008

Romances del CID - CNTC



COMPAÑÍA NACIONAL DE TEATRO CLÁSICO

Romances del Cid

Dirección: Eduardo Vasco

Introducción

Partiendo del Romancero, concretamente de aquellos romances basados en la figura del Cid, elaboramos este espectáculo, el segundo de pequeño formato tras Viaje del Parnaso. Se trata de otro viaje, este acompañando a Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid Campeador, una figura que, como otras tantas de nuestra literatura a lo largo de la historia, ha sido objeto de múltiples apropiaciones políticas improcedentes.

El Cantar de Mío Cid, el documento de la épica castellana más antiguo que se conoce, da origen, probablemente, a la parte del romancero que narra su historia. Fue transmitido en un códice del siglo XIV, copia a su vez de otro ejecutado por Pedro Abad y fechado en 1207, año que nos sirve de referencia para celebrar los ocho siglos de existencia de esta magnífica historia medieval narrada desde el punto de vista del siglo dieciséis.

Estas son las palabras con las que se abre el programa de El CID de la CNTC y aunque la línea estética de El Corral de la Olivera es más contemporánea -porque nos lo podemos permitir- que la que lleva la CNTC, desde aquí, y sin reservas nos declaramos forofos de Eduardo Vasco. Estoy hojeando la edición, cuidadísima, que han publicado sobre el espectáculo del Cid y nos quitamos el sombrero ya desde el propio título "El Cid poesía y teatro". Comulgamos con el rigor -que ya se le presupone- pero, sobre todo, el arrojo y la valentía de prestarle tanta atención y mimo a estos montajes de pequeño formato -igual que a la joven compañía-. Ya sabemos que en los grandes montajes, ya hemos hablado aquí de Las manos blancas no ofenden, hay que poner toda la maquinaria de que se dispone para que, al menos la Compañía Nacional, nos sorprenda en medios y en repartos pero que el mismo empeño y cariño se vean en estos pequeños montajes sí que es inusual.

El mérito se lo vamos a dar, descaradamente, a Eduardo Vasco y no es quitarle mérito, sino todo lo contrario, decir que es un genial director de mínimos y un buen director de máximos. Esto también se le ve en los grandes montajes donde nos sorprende en los rincones mínimos del texto y donde en los momentos máximos se muestra más conservador.

Aunque tal vez extenso para publicar en este cuaderno no nos resistimos de publicar sus palabras para el gran-pequeño espectáculo del Cid porque son magistrales:

"A veces me gusta recordar el momento en que escuché por vez primera el romance del Conde Olinos, o cuando supe de Gaiferos, de Abenámar, Rosa Fresca, el Conde Claros, Gerineldo, Zaide o tantos otros. Me gusta volver a aquellos momentos porque ya pertenecen plenamente a mi infancia, llena de emociones y sensaciones, a esa parte de uno, quizás imaginaria, pero que pesa más que los acontecimientos reales.

Yo tengo almacenados esos recuerdos en el mismo baúl en el que guardo mis primeras experiencias teatrales, con aquellos profesores del colegio que me hicieron recitar o cantar tiradas de versos que, seguidamente, yo aprendía de memoria. El amor a la poesía constituyó para mí el principio de todo; por esa puerta entraron la música y el teatro y se instalaron en mi vida, por fortuna, para siempre.

Los romances constituyen la semilla de la teatralidad pura, aquella que trabaja sin intermediarios, de manera frontal, con las convenciones básicas y los intérpretes expuestos, solos, ante el ávido espectador. Aparecen como una forma casi espontánea del actor, capaz de evocar todo el universo con el poder de su palabra, de trasportar al espectador a través de lugares, personajes y épocas con historias del pasado que se vuelven presentes, no ante sus ojos, sino en su imaginación. El mejor teatro, el que sucede dentro de los espectadores. Así, estos romances nos hablan, sobre todo, de nuestra increíble capacidad como receptores, de nuestra tremenda ingenuidad como consumidores de historias, que no necesitan un envoltorio espectacular, ni un gran despliegue de medios ante una buena historia servida con la poesía más accesible, más fácil de disfrutar, más inmediata.

El maravilloso encuentro de la poesía con el teatro tiene, en nuestra historia literaria, un camino directamente relacionado con el Romancero: el romance es el metro más utilizado en nuestro teatro, del Romancero salen una gran parte de las historias que cuentan en sus obras nuestros dramaturgos, que a su vez enriquecieron los temas y las formas de los romances. Además, sabemos que se cantaban, se leían, se recitaban, se interpretaban… luego no resulta extraño que algunos de los dramaturgos más importantes del siglo XX, como Brecht o Müller, utilicen formas muy similares al romance para sus propuestas dramatúrgicas más ligadas a lo didáctico, a lo inmediato.

Por todas esas razones, decidimos, hace tiempo, realizar un espectáculo partiendo de nuestro Romancero. Tras revisar el material, el inmenso material disponible en las numerosas recopilaciones, parecía claro que lo idóneo sería centrarnos en un tema o en una figura alrededor de la que girase un único Romancero. Eran muchas las posibilidades, algunas de las cuales seguimos valorando todavía: Don Rodrigo, Bernardo del Carpio, los romances fronterizos, los moriscos o los simples romances sueltos de amor, muerte y destino. De entre todos ellos, los romances del Cid aparecían como la opción más fascinante, apetitosa y necesaria en este momento. El Cid ha pasado de la gloria a la ignominia y el causante ha sido un mal nacional: el juzgar de oídas.

Cuando uno se enfrenta con detenimiento a lo que pudo ser la figura histórica situada en su contexto, al calado literario del personaje, a su extraordinaria vinculación popular, no puede menos que extrañarse de la caída libre que ha sufrido en los últimos tiempos. Era una buena cosa, desde la Compañía, utilizar el Romancero del Cid, buscar en las raíces de nuestra teatralidad, revisar al héroe castellano y encontrarlo, a nuestra manera, sin prejuicios heredados. Este es el segundo montaje de formato pequeño que la Compañía aborda para poder llegar a aquellos sitios a los que no accede habitualmente. Como en el anterior, Viaje del Parnaso, hemos partido de un material no dramático para nuestra propuesta, lo cual resulta tan complejo como excitante porque nos permite elaborar espectáculos posibles, a la vez que investigamos sobre aquellos componentes que nos fascinan y conforman el mundo del teatro clásico. Para ello, hemos buscado en los baúles que se alojan cerca de esa remota parte de nosotros donde se encuentra el principio de todo, con la esperanza, seguramente también remota, de que a ustedes les sugiera algo parecido. "

Eduardo Vasco

Director del montaje y de la CNTC

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