jueves, 23 de octubre de 2008

Juan Perro

Leed esta tribuna de BABELIA, no tiene desperdicio. Es un ejemplo de talante frente a la crisis, un ejemplo de vivir la música sin ningún tipo de amargura por parte de uno de los artistas más maltratados y menos reconocidos de este país. Simplemente maravilloso. Al final todos vamos al mismo sitio, al final, es tdo un problema de educación.

TRIBUNA: Santiago Auserón
Canciones que todavía no existen
Santiago Auserón 20/09/2008

Con la última década del pasado siglo, la sociedad española iniciaba un giro de signo muy distinto a los cambios que durante la transición permitieron llenar el aire de nuevas canciones. Las marcas comerciales se adueñaban del deseo de ser o parecer rockero, mientras el poder orientaba con deliberación sus consignas hacia la pasión por el deporte. Toda una generación de deportistas españoles sube hoy a lo más alto del podio, el deporte se ha convertido en gran empresa pública. Las canciones entretanto han perdido todo afán de originalidad, forzadas por el cálculo de audiencia en los medios. Los jóvenes hacen cola para probar el estrellato, listos para soportar cualquier humillación, siempre y cuando sea ante las cámaras, con la bendición de sus padres. Los concursos televisivos de canto proliferan, mientras el repertorio se limita a la repetición estéril. La pasión por el deporte -el amor popular a sus ídolos quemados en pocos años- y la banalización comercial de las canciones parecen responder a un mismo patrón ético que no resulta ser ni musical ni deportivo. En la Grecia antigua la música compartía con la educación física la responsabilidad de formar buenos ciudadanos. ¿En manos de qué oscuro sentido del bien común han cedido una y otra sus valores?

Los adolescentes intentan escribir nuevas canciones, pero la sociedad mediática les da la espalda, atenta sólo al estribillo conocido. El público educado por el rock envejece llenando festivales de jazz. La música de improvisación se ha hecho merecedora de reconocimiento por aunar la tradición afroamericana con el flamenco, pero necesita nuevas canciones para no repetir siempre la misma copla. Una buena canción no nace del talento solitario, sino de una trama de implícitos renovados por el ingenio popular, cuando se opone al chiste recurrente. La canción pone en juego una modalidad de inteligencia que pocas veces se desarrolla en las aulas, nunca entre los que especulan con el suelo o la audiencia pública. Estamos ante un serio problema educativo. La excusa para frenar la cultura heredada de los sesenta es la supuesta tendencia de los jóvenes a confundir música y vicio. Suposición errónea, si atendemos a la generalización de la corrupción en otras capas de la sociedad. La cultura del rendimiento forzoso se parece mucho al uso de estímulos artificiales. Lo que se teme de los jóvenes no es tanto la formación de malos hábitos, más propios de los adultos, sino la capacidad de concebir algún valor que no se reduzca a mercancía. La educación musical no solamente influye en el sentido de las proporciones, como decían los antiguos griegos, sino que nos convierte en testigos y artífices de vínculos que ningún programa político recoge. Sin buenas canciones los especuladores triunfan, pero los deportistas no saben qué entonar en sus celebraciones. Los humoristas se ponen pesados, las artes y las letras se quedan sin un aliado imprescindible. Los políticos imponen su visión restringida de lenguas y naciones, la sociedad entera sufre una carencia de aire fresco, de ganas de inventarse.
¿Se imaginan un país en el que se pusiera de moda renunciar a toda forma de beneficio poco honesto, donde el machismo no se cobrase una sola víctima, donde las diversas comunidades y lenguas se exigiesen unas a otras lo mejor de sí mismas, en vez de replegarse sobre un sacrosanto simulacro de identidad? Ese país sólo existe en las canciones. En las canciones que todavía no existen. Pero es el único que reconozco como propio.

Santiago Auserón (Zaragoza, 1954) es cantante y escritor de canciones.

martes, 21 de octubre de 2008

cultura para la violencia


Un poco de luz en medio de tanta tiniebla


Tenemos que recordar aunque sea aburrido e incluso cargante que sí, que es verdad, no conozco otro antídoto a la barbarie y a la violencia que la cultura y la educacion.


Meira del Mar es una poetisa impresionante de la que tenemos mucho que aprender, Leamos con atención porque es un placer enorme, un placer antiguo que rezuma contemporaneidad.


Parece mentira, pero todavía queda gente como Meira Delmar. En un momento en el que la poesía va camino de convertirse -como el latín y el griego clásico- en una lengua muerta que muchos lectores afirman no entender, todavía queda alguien por cuyo sistema circulatorio corren glóbulos rojos, plaquetas, estrofas y versos.
La poetisa colombiana cree que una biblioteca puede cambiar un barrio
Residencia del embajador de Colombia. Madrid
Discreta y como de otro tiempo, bienhumorada pero con la ingenuidad que ya sólo conservan los creyentes en la poesía, esta colombiana nacida en Barranquilla hace 86 años parece, contra lo líricamente correcto, más poetisa que poeta. Hasta seudónimo tiene, como en los viejos tiempos. Y bien sonoro. Claro que su nombre verdadero, Olga Isabel Chams Eljach, no le va a la zaga. "Mis padres eran libaneses pero se conocieron en Colombia", cuenta la escritora. "Eran muy lectores. Mi madre había llegado joven y leía bien en español. Mi padre, en árabe. En mi casa los libros eran indispensables".
Ella se apoya ahora en un bastón que heredó de su progenitor -"sus kilómetros ha hecho, es cierto"-. A su padre lo recuerda cariñoso y estricto: "No le gustaba que fuera al baile, pero, fíjese, me enseñó a fumar".
Meira Delmar ya no fuma. Tampoco bebe vino. De hecho, se suma con una copa de agua al brindis con el que el embajador de su país celebra su visita a España. El fin de semana pasado visitó en el parque de María Luisa, de Sevilla, la instalación Árboles parlantes con su voz y la de paisanos suyos como Álvaro Mutis, Aurelio Arturo o León de Greiff. Esta tarde, además, leerá sus poemas en la Casa de América de Madrid (20.00).
Mientras pasa de la crema de verduras al pollo al estragón, la autora de títulos como Verdad del sueño o Sitio del amor, recuerda que su amigo García Márquez acude a su casa siempre que viaja a Barranquilla: "Le encanta la comida árabe, y en mi cocina nunca falta". El Nobel de Aracataca y ella formaron parte del grupo de escritores que, entre los años cuarenta y cincuenta, se reunía en una librería-heladería barranquillera con el propósito de hacerse un hueco en la historia de la literatura: "Los conocí porque eran amigos de mi hermano, un basketbolista estrella". Los hombres se iban luego a un bar -"que era sólo un bar", insiste- llamado La Cueva. Ella, a casa: "Entonces no estaba bien visto que una muchacha anduviese por los bares".
La poesía de Meira Delmar está atravesada por el desamor. El tema queda ardiendo sobre la mesa, pero la poetisa no sale de su poesía. ¿Ponerlo por escrito no atenúa el dolor? "No". ¿Ni siquiera después de tantos años? Baja la mirada y, removiendo el helado, responde: "Eso no se olvida nunca". Después de la comida tiene prevista una visita a la Real Academia Española. Ella pertenece a la colombiana. "Me voy a que me pongan guapa". Dice, y añade con picardía: "Lo tienen difícil". Antes, no obstante, le queda tiempo para recordar sus 36 años como directora de la biblioteca más importante de su ciudad, que ahora lleva su nombre.
La red colombiana de bibliotecas públicas es uno de los grandes logros de un país agitado por el terrorismo y el narcotráfico. Tal vez por el escenario del almuerzo Meira Delmar es muy diplomática, pero afirma: "Una biblioteca puede cambiar un barrio conflictivo. Sólo la cultura nos puede salvar de la violencia".


domingo, 19 de octubre de 2008

Paul Krugman


RECONOZCÁMOSLO


Sí, reconozcámoslo, domingo tras domingo las páginas salmón del periódico acaban inmaculadas en el cubo de la basura. Ahora con todo esto de la crisis que azota nuestras ya de por sí delicadas economías miramos estas páginas de reojillo antes de que acaben igual; en el contenedor del papel. Este artículo sé que es un poco largo para un blog pero es una joya del reciente y flamante premio Nobel de economía 2008, Paul Krugman que, como dice Elvira Lindo, en una de sus columnas, es más joven de lo que uno se imagina al leerlo. El artículo es de reciente aparición en el New York Times y lo ha traducido El País para su edición dominical salmón. Yo creo que no tiene desperdicio y aunque no es plato del gusto mío el ocupar un blog de teatro con economía creo que este es uno de los peajes que debemos pagar por vivir esta época emocionante. Sin compromiso ningún artista debería llamarse a sí mismo de esta forma. Debemos comprometernos, debemos reflexionar para sacar un estado de la cuestión.



ANÁLISIS: Primer plano
¿Quién era Milton Friedman?
PAUL KRUGMAN 19/10/2008



La historia del pensamiento económico en el siglo XX es algo parecida a la del cristianismo en el XVI. Hasta que John Maynard Keynes publicó su Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero en 1936, la ciencia económica -al menos en el mundo anglosajón- estaba completamente dominada por la ortodoxia del libre mercado. De vez en cuando surgían herejías, pero siempre se suprimían. La economía clásica, escribía Keynes en 1936, "conquistó Inglaterra tan completamente como la Santa Inquisición conquistó España". Y la economía clásica decía que la respuesta a casi todos los problemas era dejar que las fuerzas de la oferta y la demanda hicieran su trabajo.
Predecir el fenómeno de la estanflación fue uno de los mayores triunfos de la economía de posguerra
"A Milton todo le recuerda la oferta monetaria. A mí todo me recuerda el sexo, pero no lo escribo"
Friedman hizo una cruzada en favor de la política monetaria, que había quedado relegada
El análisis que hizo sobre la Gran Depresión acabó pareciendo intelectualmente corrupto
El monetarismo, una fuerza poderosa durante tres décadas, es hoy una sombra de lo que era
Los resultados de las políticas monetaristas fueron decepcionantes en EE UU y Reino Unido
Friedman llevó las ideas del libre mercado hasta sus límites lógicos para cualquier problema
El aumento de renta en Estados Unidos ha sido menor desde que se aceptaron sus postulados
La percepción de los latinoamericanos es que las políticas neoliberales han fracasado
El mundo necesita ahora una contra-contrarreforma contra el absolutismo del libre mercado
Pero la economía clásica no ofrecía ni explicaciones ni soluciones para la Gran Depresión. Hacia mediados de la década de 1930, los retos a la ortodoxia ya no podían contenerse. Keynes desempeñó la función de Martín Lutero, al proporcionar el rigor intelectual necesario para hacer la herejía respetable. Aunque Keynes no era ni mucho menos de izquierdas -vino a salvar el capitalismo, no a enterrarlo-, su teoría afirmaba que no se podía esperar que los mercados libres proporcionaran pleno empleo, y estableció una nueva base para la intervención estatal a gran escala en la economía.
El keynesianismo constituyó una gran reforma del pensamiento económico. Inevitablemente, le siguió una contrarreforma. Diversos economistas desempeñaron un papel importante en la gran recuperación de la economía clásica entre los años 1950 y 2000, pero ninguno fue tan influyente como Milton Friedman. Si Keynes era Lutero, Friedman era Ignacio de Loyola, el fundador de los jesuitas. Y al igual que los jesuitas, los seguidores de Friedman han actuado como una especie de disciplinado ejército de fieles y provocado una amplia, pero incompleta, retirada de la herejía keynesiana. A finales de siglo, la economía clásica había recuperado buena parte de su anterior hegemonía, aunque ni mucho menos toda, y a Friedman le corresponde buena parte del mérito.
No quiero llevar demasiado lejos la analogía religiosa. La teoría económica aspira al menos a ser ciencia, no teología; se ocupa de la tierra, no del cielo. La teoría keynesiana se impuso en un principio porque era mucho mejor que la ortodoxia clásica a la hora de dar sentido al mundo que nos rodea, y la crítica de Friedman a Keynes adquirió tanta influencia porque supo detectar los puntos débiles del keynesianismo. Y sólo a modo de aclaración: aunque este artículo sostiene que Friedman estaba equivocado en algunos aspectos, y a veces parecía poco sincero con sus lectores, le considero un gran economista y un gran hombre.
Milton Friedman desempeñó tres funciones en la vida intelectual del siglo XX. Estaba el Friedman economista de economistas, que escribía análisis técnicos, más o menos apolíticos, sobre el comportamiento de los consumidores y la inflación. Estaba el Friedman emprendedor político, que pasó décadas haciendo campaña en nombre de la política conocida como monetarismo y que acabó viendo cómo la Reserva Federal y el Banco de Inglaterra adoptaban su doctrina a finales de la década de 1970, sólo para abandonarla por inviable unos años más tarde. Por último, estaba el Friedman ideólogo, el gran divulgador de la doctrina del libre mercado.
¿Desempeñó el mismo hombre todas estas funciones? Sí y no. Las tres estaban guiadas por la fe de Friedman en las verdades clásicas de la economía del libre mercado. Además, su eficacia como divulgador y propagandista descansaba en parte en su merecida fama de profundo economista teórico. Pero hay una diferencia importante entre el rigor de su obra como economista profesional y la lógica más laxa y a veces cuestionable de sus pronunciamientos como intelectual público. Mientras que la obra teórica de Friedman es universalmente admirada por los economistas profesionales, hay mucha más ambivalencia respecto a sus pronunciamientos políticos y en especial su trabajo divulgativo. Y debe decirse que hay serias dudas respecto a su honradez intelectual cuando se dirigía a la masa de ciudadanos.
Pero dejemos de lado por el momento el material cuestionable y hablemos de Friedman en cuanto teórico económico. Durante la mayor parte de los dos siglos pasados, el pensamiento económico estuvo dominado por el concepto del Homo economicus. El hipotético Hombre Económico sabe lo que quiere; sus preferencias pueden expresarse matemáticamente mediante una función de utilidad, y sus decisiones están guiadas por cálculos racionales acerca de cómo maximizar esa función: ya sean los consumidores al decidir entre cereales normales o cereales integrales para el desayuno, o los inversores que deciden entre acciones y bonos, se supone que esas decisiones se basan en comparaciones de la utilidad marginal, o del beneficio añadido que el comprador obtendría al adquirir una pequeña cantidad de las alternativas disponibles.
Es fácil burlarse de este cuento. Nadie, ni siquiera los economistas ganadores del Premio Nobel, toma las decisiones de ese modo. Pero la mayoría de los economistas, yo incluido, consideramos útil al Hombre Económico, quedando entendido que se trata de una representación idealizada de lo que realmente pensamos que ocurre. Las personas tienen preferencias, incluso si esas preferencias no pueden expresarse realmente mediante una función de utilidad precisa; por lo general toman decisiones sensatas, aunque no maximicen literalmente la utilidad. Uno podría preguntarse por qué no representar a las personas como realmente son. La respuesta es que la abstracción, la simplificación estratégica, es el único modo de que podamos imponer cierto orden intelectual en la complejidad de la vida económica. Y la suposición del comportamiento racional es una simplificación especialmente fructífera.
La cuestión, sin embargo, es hasta dónde se puede llevar. Keynes no atacó de lleno al Hombre Económico, pero a menudo recurría a teorías psicológicas verosímiles y no a un cuidadoso análisis de qué haría una persona que tomara decisiones racionales. Las decisiones empresariales estaban guiadas por impulsos viscerales (animal spirits); las decisiones de consumo, por una tendencia psicológica a gastar parte, pero no la totalidad, de un aumento de la renta; los acuerdos salariales, por un sentido de la equidad, y así sucesivamente.
¿Pero era realmente una buena idea reducir tanto la función del Hombre Económico? No, decía Friedman, que en un artículo de 1953 titulado The methodology of positive economics [La metodología de la economía positiva] sostenía que las teorías económicas no deberían juzgase por su realismo psicológico, sino por su capacidad para predecir el comportamiento. Y los dos mayores triunfos de Friedman como economista teórico procedieron de aplicar la hipótesis del comportamiento racional a cuestiones que otros economistas habían considerado fuera del alcance de dicha hipótesis.
En un libro de 1957 titulado Una teoría de la función del consumo -no exactamente un título que agradara a las masas, pero sí un tema importante-, Friedman sostenía que el mejor modo de entender el ahorro y el gasto no es, como había hecho Keynes, recurrir a una teorización psicológica laxa, sino, por el contrario, pensar que los individuos hacen planes racionales sobre cómo gastar su riqueza a lo largo de la vida. Ésta no era necesariamente una idea antikeynesiana; de hecho, el gran economista keynesiano Franco Modigliani planteó de manera simultánea e independiente el mismo argumento, incluso con más cuidado, al considerar el comportamiento racional, en colaboración con Albert Ando. Pero sí señalaba un retorno a los modos de pensar clásicos, y funcionaba. Los detalles son un poco técnicos, pero la "hipótesis de la renta permanente" planteada por Friedman y el "modelo del ciclo vital" de Ando y Modigliani resolvían varias paradojas aparentes sobre la relación entre renta y gasto, y todavía hoy siguen constituyendo las bases de cómo estudian los economistas el gasto y el ahorro.
El trabajo sobre el comportamiento de los consumidores habría forjado por sí solo la fama académica de Friedman. Sin embargo, obtuvo un triunfo al aplicar la teoría del Hombre Económico a la inflación. En 1958, el economista neozelandés A. W. Phillips señalaba que existía una correlación histórica entre el desempleo y la inflación, de modo que la inflación iba asociada a un bajo desempleo y viceversa. Durante un tiempo, los economistas trataron esta correlación como si fuera una relación fiable y estable. Esto provocó un debate serio sobre qué punto de la curva de Phillips debería escoger el Gobierno. ¿Debería Estados Unidos, por ejemplo, aceptar una tasa de inflación más alta para alcanzar una tasa de desempleo más baja?
En 1967, sin embargo, Friedman pronunciaba ante la Asociación Económica Estadounidense una conferencia presidencial en la que sostenía que la correlación entre inflación y desempleo, aun siendo visible en los datos, no representaba una verdadera compensación, al menos no a largo plazo. "Siempre hay", decía, "una compensación temporal entre inflación y desempleo; no hay una compensación permanente". En otras palabras, si los políticos intentaran mantener el desempleo bajo mediante una política de generar mayor inflación, sólo conseguirían un éxito temporal. Según Friedman, el desempleo acabaría por aumentar de nuevo, incluso con una inflación elevada. En otras palabras, la economía sufriría la situación que Paul Samuelson más tarde denominaría "estanflación".
¿Cómo llegó Friedman a esta conclusión? (Edmund S. Phelps, premio Nobel de Economía de este año, había llegado de manera simultánea e independiente al mismo resultado). Como en el caso de su trabajo sobre el comportamiento de los consumidores, Friedman aplicó la idea del comportamiento racional. Sostenía que después de un periodo de inflación sostenido, las personas introducirían las expectativas de inflación futura en sus decisiones, lo cual anularía cualquier efecto positivo de la inflación sobre el empleo. Por ejemplo, una de las razones por las que la inflación puede aumentar el empleo es que contratar a más trabajadores se vuelve más rentable cuando los precios suben más que los salarios. Pero en cuanto los trabajadores comprenden que el poder de adquisición de sus salarios se verá erosionado por la inflación, exigen por adelantado acuerdos de subida salarial más elevados, para que los salarios alcancen el mismo nivel que los precios. En consecuencia, cuando la inflación se mantiene durante un tiempo, ya no proporciona el mismo impulso al empleo que al principio. De hecho, se producirá un aumento del desempleo si la inflación no cumple las expectativas.
En el momento en que Friedman y Phelps propusieron sus ideas, Estados Unidos tenía poca experiencia con la inflación sostenida. De modo que ésta fue verdaderamente una predicción, en lugar de un intento de explicar el pasado. Sin embargo, en la década de 1970, la inflación persistente puso a prueba la hipótesis de Friedman-Phelps. Sin duda, la correlación histórica entre inflación y desempleo se rompió exactamente como Friedman y Phelps habían predicho: en la década de 1970, mientras la tasa de inflación superaba el 10%, la tasa de desempleo era tan elevada o más que en las décadas de 1950 y 1960, unos años de precios estables. Al fin la inflación se controló en la década de 1980, pero sólo después de un doloroso periodo de desempleo extremadamente elevado, el peor desde la Gran Depresión.
Al predecir el fenómeno de la estanflación, Friedman y Phelps alcanzaron uno de los grandes triunfos de la economía de posguerra. Este triunfo, más que ninguna otra cosa, confirmó a Milton Friedman en su categoría de grande entre los economistas, independientemente de lo que pudiera pensarse de sus demás funciones.
Una interesante anotación: aunque avanzó mucho en la aplicación del concepto de racionalidad individual a la macroeconomía, también sabía dónde parar. En la década de 1970, algunos economistas llevaron más lejos aún el análisis de Friedman, llegando a sostener que no hay una compensación útil entre inflación y desempleo ni siquiera a corto plazo, porque los ciudadanos anticiparán las acciones del Gobierno y aplicarán esa anticipación, así como la experiencia pasada, al establecimiento de precios y a las negociaciones salariales. Esta doctrina, conocida como las "expectativas racionales", se extendió por buena parte de la economía académica. Pero Friedman nunca la aceptó. Su sentido de la realidad le advertía de que esto era llevar demasiado lejos la idea del Homo economicus. Y así se demostró: la conferencia pronunciada por Friedman en 1967 ha superado la prueba del tiempo, mientras que las opiniones más extremas propuestas por los teóricos de las expectativas racionales en los años setenta y ochenta no la han superado.
"A Milton todo le recuerda la oferta monetaria. Bien, a mí todo me recuerda el sexo, pero no lo pongo por escrito", escribía en 1966 Robert Solow, del MIT. Durante décadas, la imagen pública y la fama de Milton Friedman se definieron en gran medida por sus pronunciamientos sobre la política monetaria y su creación de la doctrina conocida como monetarismo. Sorprende darse cuenta, por tanto, de que el monetarismo se considera en gran medida un fracaso, y que parte de lo dicho por Friedman sobre el dinero y la política monetaria -al contrario que lo que dijo acerca del consumo y la inflación- parece haber sido engañoso, y quizá de manera deliberada.
Para comprender de qué trataba el monetarismo, lo primero que hay que saber es que la palabra dinero no significa exactamente lo mismo en economía que en el lenguaje común. Cuando los economistas hablan de oferta monetaria
[en inglés, money supply, oferta de dinero] no se refieren a riqueza en el sentido habitual. Sólo se refieren a esas formas de riqueza que pueden usarse de manera más o menos directa para comprar cosas. La moneda -trozos de papel con retratos de presidentes muertos- es dinero, y también los depósitos bancarios contra los que se pueden extender cheques. Pero las acciones, los bonos y los bienes raíces no son dinero, porque hay que convertirlos en efectivo o en depósitos bancarios antes de poder usarlos para hacer compras.
Si la oferta monetaria constara sólo de moneda, estaría bajo el control directo del Gobierno, o más precisamente, de la Reserva Federal, un organismo monetario que, como sus homólogos los bancos centrales de muchos otros países, está institucionalmente un poco separado del Gobierno propiamente dicho. El hecho de que la oferta de dinero incluya también los depósitos bancarios complica un poco la realidad. El banco central sólo tiene control directo sobre la base monetaria -la suma de moneda en circulación, la moneda que los bancos tienen en sus cámaras acorazadas y los depósitos que los bancos guardan en la Reserva Federal-, pero no sobre los depósitos que los ciudadanos tienen en los bancos. En circunstancias normales, sin embargo, el control directo de la Reserva Federal sobre la base monetaria basta para darle también un control efectivo sobre la oferta monetaria total.
Antes de Keynes, los economistas consideraban la oferta monetaria una herramienta primordial de la gestión económica. Pero él sostenía que en condiciones de depresión, cuando los tipos de interés son muy bajos, los cambios en la oferta monetaria tienen pocas consecuencias sobre la economía. La lógica era la siguiente: cuando los tipos de interés son del 4% o del 5%, nadie quiere que su dinero quede ocioso. Pero en una situación como la de 1935, cuando el tipo de interés de las letras del Tesoro a tres meses era sólo del 0,14%, hay muy poco incentivo para asumir el riesgo de poner el dinero a trabajar. El banco central podría tratar de estimular la economía acuñando grandes cantidades de moneda adicional; pero si el tipo de interés es ya muy bajo, es probable que el efectivo adicional languidezca en las cámaras acorazadas de los bancos o debajo de los colchones. En consecuencia, Keynes sostenía que la política monetaria, un cambio en la oferta de dinero circulante para gestionar la economía, sería ineficaz. Y por eso, él y sus seguidores creían que hacía falta una política presupuestaria -en especial un aumento del gasto público- para sacar a los países de la Gran Depresión.
¿Por qué es esto importante? La política monetaria es una forma de intervención pública en la economía altamente tecnocrática y en gran medida apolítica. Si la Reserva Federal decide aumentar la oferta monetaria, todo lo que hace es comprar unos cuantos bonos del Tesoro a bancos privados, y pagar los bonos mediante anotaciones en las cuentas de reserva de esos bancos: en realidad, todo lo que la Reserva Federal tiene que hacer es acuñar un poco más de base monetaria. En cambio, la política presupuestaria supone una participación mucho más profunda del sector público en la economía, a menudo de un modo cargado de ideología: si los políticos deciden usar las obras públicas para promover el empleo, tienen que decidir qué construir y dónde. Por tanto, los economistas con una inclinación al libre mercado tienden a querer creer que la política monetaria es todo lo que hace falta; los que desean un sector público más activo tienden a creer que la política presupuestaria es esencial.
El pensamiento económico tras el triunfo de la revolución keynesiana -como se refleja, por ejemplo, en las primeras ediciones del libro de texto clásico de Paul Samuelson- daba prioridad a la política presupuestaria, mientras que la política monetaria quedaba relegada a los márgenes. Como Friedman decía en la conferencia pronunciada en 1967 ante la Asociación Económica Estadounidense:
"La amplia aceptación de las opiniones entre los profesionales de la economía ha hecho que durante dos décadas, prácticamente todos menos unos cuantos reaccionarios pensaran que los nuevos conocimientos económicos habían vuelto obsoleta la política monetaria. El dinero no importaba".
Aunque esto tal vez fuese una exageración, la política monetaria no estuvo muy bien considerada en las décadas de 1940 y 1950. Friedman, sin embargo, hizo una cruzada a favor de la propuesta de que el dinero también importaba, la cual culminó con la publicación en 1963 de A monetary history of the United States, 1867-1960, en colaboración con Anna Schwartz
Aunque A monetary history of the United States es una gran obra de extraordinaria erudición, que abarca un siglo de desarrollos monetarios, su análisis más influyente y controvertido fue el relativo a la Gran Depresión. Friedman y Schwartz afirmaban que habían refutado el pesimismo de Keynes acerca de la eficacia de la política monetaria en condiciones de depresión. "La contracción" de la economía, declaraban, "es de hecho un trágico testimonio de la importancia de las fuerzas monetarias".
¿Pero qué querían decir con eso? Desde el principio, la posición de Friedman y Schwartz parecía un poco escurridiza. Y con el tiempo, la presentación que Friedman hacía de la historia se hizo más grosera, no más sutil, y acabó pareciendo -no hay otra forma de decirlo- intelectualmente corrupta.
Al interpretar los orígenes de la Gran Depresión es crucial distinguir entre la base monetaria (dinero más reservas bancarias), que la Reserva Federal controla directamente, y la oferta monetaria (dinero más depósitos bancarios). La base monetaria aumentó durante los primeros años de la Gran Depresión, subiendo de una media de 6.050 millones de dólares en 1929 a una media de 7.020 millones en 1933. Pero la oferta monetaria cayó drásticamente, de 26.600 millones a 19.900 millones de dólares. Esta divergencia reflejaba principalmente las consecuencias de la oleada de quiebras bancarias de 1930-1931: a medida que los ciudadanos perdían la fe en los bancos, empezaron a guardar su riqueza en efectivo y no en depósitos bancarios, y los bancos que sobrevivieron empezaron a tener grandes cantidades de efectivo a mano en lugar de prestarlo, para evitar el peligro de un pánico bancario. La consecuencia fue que se hacían muchos menos préstamos y, por tanto, muchos menos gastos de los que habría habido si los ciudadanos hubieran seguido depositando el efectivo en los bancos, y los bancos hubieran seguido prestando los depósitos a las empresas. Y dado que el desplome del gasto fue la causa próxima de la depresión, el deseo repentino tanto por parte de los individuos como de los bancos de poseer más efectivo empeoró sin duda la recesión.
Friedman y Schwartz sostenían que la caída de la oferta monetaria había convertido lo que podría haber sido una recesión ordinaria en una depresión catastrófica, un argumento de por sí discutible. Pero incluso poniendo por caso que lo aceptemos, cabe preguntar si puede decirse que la Reserva Federal, que al fin y al cabo aumentó la base monetaria, provocó la caída de la oferta monetaria total. Al menos inicialmente, Friedman y Schwartz no dijeron eso. Lo que dijeron, por el contrario, fue que la Reserva Federal pudo haber prevenido la caída de la oferta monetaria, en especial acudiendo al rescate de los bancos en quiebra durante la crisis de 1930-1931. Si la Reserva Federal se hubiera apresurado a prestar dinero a los bancos en apuros, la oleada de quiebras bancarias podría haberse evitado, y eso a su vez podría haber evitado la decisión de los ciudadanos de guardar el dinero en efectivo en lugar de depositarlo en los bancos, y la preferencia de los bancos supervivientes por acumular los depósitos en sus cámaras acorazadas en lugar de prestar esos fondos. Y esto, a su vez, podría haber evitado lo peor de la depresión.
A este respecto, tal vez sea útil una analogía. Supongamos que se desata una epidemia de gripe, y que análisis posteriores indican que una acción adecuada de los centros de control de enfermedades podrían haber contenido la epidemia. Sería justo culpar a las autoridades públicas de no tomar las medidas adecuadas. Pero sería un exceso decir que el Estado causó la epidemia, o usar el fallo de esos centros para demostrar la superioridad de los mercados libres sobre el sector público.
Pero muchos economistas, y todavía más lectores legos en la materia, han interpretado que la explicación de Friedman y Schwartz significa que de hecho la Reserva Federal causó la Gran Depresión; que la depresión es en cierto sentido una demostración de los males de un Estado excesivamente intervencionista. Y en años posteriores, como he dicho, las afirmaciones de Friedman se volvieron más imprecisas, como si quisiera alimentar esta percepción errónea. En su alocución presidencial de 1967 declaraba que "las autoridades monetarias estadounidenses siguieron políticas altamente deflacionarias", y que la oferta monetaria cayó "porque el Sistema de la Reserva Federal forzó o permitió una reducción aguda de la base monetaria, al no ejercer las responsabilidades que tenía asignadas", una afirmación extraña dado que, como hemos visto, la base monetaria aumentó de hecho mientras la oferta monetaria caía. (Friedman tal vez se refiriese a dos episodios en los que la base monetaria cayó moderadamente por breves periodos, pero aun así su declaración es, como mínimo, muy engañosa).
En 1976, Friedman les decía a los lectores de Newsweek que "la verdad elemental es que la Gran Depresión se produjo por una mala gestión pública", una declaración que seguramente sus lectores interpretaron como que la depresión no se habría producido si el Estado se hubiera mantenido al margen, cuando de hecho lo que Friedman y Schwartz afirmaban era que el sector público debería haberse mostrado más activo, no menos.
¿Por qué los debates históricos sobre la función de la política monetaria en la década de 1930 importaban tanto en la de 1960? En parte porque encajaban en el programa más amplio de Friedman en contra del sector público, del que hablaremos más adelante. Pero la aplicación más directa era su defensa del monetarismo. De acuerdo con esta doctrina, la Reserva Federal debía mantener el crecimiento de la oferta monetaria en una tasa baja y constante, por ejemplo, el 3% anual, y no desviarse de ese objetivo, con independencia de lo que ocurriese en la economía. La idea era poner la política monetaria en piloto automático, eliminando cualquier poder por parte de las autoridades públicas.
El razonamiento de Friedman a favor del monetarismo era en parte económico y en parte político. Sostenía que el crecimiento constante de la oferta monetaria mantendría una economía razonablemente estable. Nunca pretendió que siguiendo esta norma se eliminarían todas las recesiones, pero sí afirmaba que las variaciones en la curva de crecimiento de la economía serían suficientemente pequeñas como para ser tolerables, de ahí la afirmación de que la Gran Depresión no habría ocurrido si la Reserva Federal hubiera seguido una norma monetarista. Y junto a esta fe con reservas en la estabilidad de la economía con un régimen monetario se daba su desprecio sin reservas hacia la capacidad de los directivos de la Reserva Federal para hacerlo mejor si se les daba poder para ello. La demostración de la falta de fiabilidad de la Reserva Federal estaba en el inicio de la Gran Depresión, pero Friedman podía señalar otros muchos ejemplos de políticas que habían salido mal. "Un régimen monetario", escribía en 1972, "aislaría la política monetaria del poder arbitrario de un pequeño grupo de hombres no sujetos al control de los electores, y de las presiones a corto plazo de la política partidista".
El monetarismo fue una fuerza poderosa en el debate económico durante unas tres décadas a partir de que Friedman expusiera por primera vez su doctrina en Un programa de estabilidad monetaria y reforma bancaria, publicado en 1959. Hoy, sin embargo, es una sombra de lo que era, por dos razones principales.
En primer lugar, cuando Estados Unidos y Reino Unido intentaron poner en práctica el monetarismo a finales de los setenta, los resultados fueron decepcionantes: en ambos países, el crecimiento constante de la oferta monetaria no consiguió impedir recesiones graves. La Reserva Federal adoptó oficialmente objetivos monetarios al estilo Friedman en 1979, pero los abandonó de hecho en 1982, cuando la tasa de desempleo superó el 10%. Este abandono se hizo oficial en 1984, y desde entonces la Reserva Federal realiza precisamente el tipo de afinación discrecional que Friedman condenaba. Por ejemplo, en 2001 respondía a la recesión reduciendo los tipos de interés y permitiendo que la oferta monetaria creciese a ritmos que en ocasiones superaban el 10% anual. Cuando se convenció de que la recuperación era sólida, la Reserva Federal cambió el rumbo, subiendo los tipos de interés y permitiendo que el crecimiento de la reserva monetaria cayese a cero.
En segundo lugar, desde comienzos de la década de 1980, la Reserva Federal y sus homólogos de otros países han realizado un trabajo razonablemente bueno, debilitando la imagen que Friedman daba de los banqueros centrales, a los que consideraba chapuceros irredimibles. La inflación se mantiene baja, las recesiones -excepto en Japón, país del que hablaremos enseguida- han sido relativamente breves y leves. Y todo esto ha ocurrido a pesar de las fluctuaciones de la oferta monetaria, que horrorizaban a los monetaristas y que los llevaron -incluso a Friedman- a predecir desastres que no llegaron a materializarse. Como señalaba David Warsh, de The Boston Globe, en 1992, "Friedman despuntó su lanza prediciendo la inflación en la década de 1980, durante la que se equivocó profunda y frecuentemente".
En 2004, el Informe Económico del Presidente, escrito por los muy conservadores economistas del Gobierno de Bush, podía no obstante hacer la altamente antimonetarista declaración de que "una política monetaria audaz", no estable ni constante, sino audaz, "puede reducir la profundidad de una recesión".
Ahora, unas palabras sobre Japón. Durante la década de 1990, Japón experimentó una especie de reproducción a pequeña escala de la Gran Depresión. La tasa de desempleo nunca llegó a los niveles de la Depresión, gracias a un enorme gasto en obras públicas que hizo que cada año Japón, con menos de la mitad de población, vertiese más cemento que Estados Unidos. Pero las condiciones de tipos de interés muy bajos que se dieron en la Gran Depresión reaparecieron con fuerza. Hacia 1998, el tipo del dinero a la vista, los tipos de los préstamos a un día entre bancos, era literalmente cero.
Y en esas condiciones, la política monetaria resultó tan ineficaz como Keynes había afirmado que lo fue en los años treinta. El Banco de Japón, el equivalente japonés a la Reserva Federal, podía aumentar la base monetaria, y lo hizo. Pero los yenes añadidos se guardaban, no se gastaban. Los únicos bienes de consumo duradero que se vendían bien, me dijeron por aquel entonces algunos economistas japoneses, eran las cajas fuertes. De hecho, el Banco de Japón se vio incapaz siquiera de aumentar la oferta monetaria tanto como deseaba. Puso en circulación enormes cantidades de efectivo, pero las medidas más generales de oferta monetaria crecieron muy poco. Por fin, hace dos años, iniciaba una recuperación económica, impulsada por una recuperación de la inversión empresarial para aprovechar las nuevas oportunidades tecnológicas. Pero la política monetaria nunca consiguió arrancar.
En efecto, Japón en los años noventa brindó una nueva oportunidad para poner a prueba las opiniones de Friedman y Keynes respecto a la eficacia de la política monetaria en condiciones de depresión. Y claramente los resultados respaldaban el pesimismo de Keynes y no el optimismo de Friedman.
En 1946, Milton Friedman debutó como divulgador de la economía del libre mercado con un panfleto titulado Roofs or Ceilings: The Current Housing Problema
[Tejados o techos: el actual problema de la vivienda], escrito en colaboración con George J. Stigler, que más tarde se uniría a él en la Universidad de Chicago. El panfleto, un ataque contra el control de los alquileres, que todavía era universal inmediatamente después de la II Guerra Mundial, se publicó en circunstancias bastante extrañas: era una publicación de la Fundación para la Educación Económica, organización que, como Rick Perlstein escribe en Before the Storm (2001), su libro sobre los orígenes del movimiento conservador actual, "difundía un evangelio libertario tan drástico que rondaba el anarquismo". Robert Welch, fundador de la John Birch Society, era miembro de su consejo directivo. Esta primera aventura en la popularización del libre mercado anticipaba de dos maneras el curso de la evolución de Friedman como intelectual público a lo largo de las seis décadas siguientes.
En primer lugar, el panfleto demostraba la especial voluntad de Friedman de llevar las ideas del libre mercado hasta sus límites lógicos. Ni la idea de que los mercados son medios eficientes de asignar bienes escasos ni la propuesta de que los controles de precios crean escaseces e ineficacias eran nuevas. Pero muchos economistas, temiendo la reacción negativa contra una subida repentina de los alquileres (que Friedman y Stigler predecían que sería del 30% para el país en su conjunto), podrían haber propuesto una especie de transición gradual a la liberalización. Friedman y Stigler quitaban hierro a esas preocupaciones.
En décadas posteriores, esta tozudez se convertiría en uno de los sellos característicos de Friedman. Una y otra vez pedía soluciones de mercado a problemas -educación, atención sanitaria, tráfico de drogas ilegales- que en opinión de casi todos los demás exigían una intervención estatal extensa. Algunas de sus ideas han sido objeto de aceptación generalizada, como sustituir las normas rígidas sobre contaminación por un sistema de permisos de contaminación que las empresas pueden comprar y vender. Otras, como los cheques escolares, tienen un amplio respaldo en el movimiento conservador, pero no han avanzado mucho políticamente. Y algunas de sus propuestas, como eliminar los procedimientos de concesión de licencia para los médicos y abolir la Administración de Alimentos y Medicamentos, las consideran estrambóticas incluso la mayoría de los conservadores.
En segundo lugar, el panfleto demostraba lo bueno que Friedman era como divulgador. Está escrito de manera elegante y sagaz. No hay jerga; los argumentos se presentan con ejemplos del mundo real inteligentemente escogidos, desde la rápida recuperación de San Francisco tras el terremoto de 1906 hasta los problemas de un ex combatiente en 1946, recién licenciado del ejército, para encontrar un lugar decente donde vivir. El mismo estilo, mejorado por la imagen, marcaría la celebrada serie televisiva de Friedman en la década de 1980 Free to choose
[Libre para elegir].
Hay muchas probabilidades de que la gran oscilación hacia las políticas liberales que se produjeron en todo el mundo a comienzos de la década de 1970 se hubiera dado aunque Milton Friedman no hubiese existido. Pero su incansable y brillantemente eficaz campaña a favor de los libres mercados seguramente ayudó a acelerar el proceso, tanto en Estados Unidos como en todo el mundo. Desde cualquier punto de vista -proteccionismo frente a libre comercio; reglamentación frente a liberalización; salarios establecidos mediante convenio colectivo y salarios mínimos obligatorios frente a salarios establecidos por el mercado-, el mundo ha avanzado en la misma dirección que Friedman. E incluso más llamativa que su logro en lo referente a los cambios de la política real ha sido la transformación de la opinión general: la mayoría de las personas influyentes se han convertido hasta tal punto al modo de pensar de Friedman que simplemente se da por sentado que el cambio de políticas económicas promovido por él ha sido una fuerza positiva. ¿Pero lo ha sido?
Consideremos en primer lugar los resultados macroeconómicos de la economía estadounidense. Tenemos datos de la renta real -es decir, teniendo en cuenta la inflación- de las familias estadounidenses entre 1947 y 2005. Durante la primera mitad de ese periodo de 55 años, desde 1947 hasta 1976, Milton Friedman era una voz que predicaba en el desierto, cuyas ideas no eran tenidas en cuenta por los políticos. Pero la economía, a pesar de todas las ineficacias que él denunciaba, mejoró enormemente el nivel de vida de la mayoría de los estadounidenses: la renta media real se duplicó con creces. Por contraste, en el periodo transcurrido desde 1976, las ideas de Friedman se han ido aceptando cada vez más; aunque siguió habiendo intervención pública de sobra para que él pudiera quejarse, no cabe duda de que las políticas de libre mercado se generalizaron mucho más. Pero el aumento del nivel de vida ha sido mucho menos fuerte que durante el periodo anterior: en 2005, la renta media real sólo era un 23% superior a la de 1976.
Parte de la razón de que a la segunda generación de posguerra no le fuese tan bien como a la primera era la tasa total de crecimiento económico más lenta, un hecho que tal vez sorprenda a quienes suponen que la tendencia hacia el libre mercado ha aportado mayores dividendos económicos. Pero otra razón importante del retraso en el nivel de vida de la mayoría de las familias es un incremento espectacular de la desigualdad económica: durante la primera generación de posguerra, el aumento de la renta se extendió ampliamente a toda la población, pero desde finales de la década de 1970, la mediana de la renta, la renta de la familia típica, sólo ha subido la tercera parte de la renta media, que incluye la gran subida experimentada por las rentas de la pequeña minoría situada en lo más alto de la pirámide.
Esto plantea una cuestión interesante. Milton Friedman solía asegurar a su público que no hacía falta ninguna institución especial, como el salario mínimo y los sindicatos, para garantizar que los trabajadores compartiesen los beneficios del crecimiento económico. En 1976 les decía a los lectores de Newsweek que los cuentos de los perjuicios causados por los barones ladrones eran puro mito:
"Probablemente no haya habido ningún otro periodo en la historia, en este o en cualquier otro país, en el que el hombre de a pie haya experimentado una mejora tan grande de su nivel de vida como en el periodo transcurrido entre la guerra civil y la I Guerra Mundial, cuando más fuerte era el individualismo desenfrenado".
(¿Y qué hay del extraordinario periodo de 30 años posterior a la II Guerra Mundial, que abarcó buena parte de la trayectoria profesional del propio Friedman?). Sin embargo, en las décadas que siguieron a ese pronunciamiento, mientras se permitía que el salario mínimo cayese por debajo de la inflación y los sindicatos desaparecían en gran medida como factor importante en el sector privado, los trabajadores estadounidenses veían cómo sus fortunas iban a la zaga del crecimiento de la economía en general. ¿Era Friedman demasiado optimista respecto a la generosidad de la mano invisible?
Para ser justos, hay muchos factores que afectan tanto al crecimiento económico como a la distribución de la renta, por lo que no podemos culpar a las políticas friedmanistas de todas las decepciones. Aun así, dada la suposición común de que el cambio a las políticas de libre mercado ha hecho grandes cosas por la economía estadounidense y por el nivel de vida de los estadounidenses corrientes, es asombroso el poco respaldo que los datos proporcionan a esa afirmación.
Dudas similares respecto a la falta de pruebas claras de que las ideas de Friedman funcionan de hecho en la práctica se pueden encontrar, todavía con más fuerza, en Latinoamérica. Hace una década era normal citar el éxito de la economía chilena, en la que los asesores de Augusto Pinochet, educados en Chicago, se habían pasado a las políticas del libre mercado después de que Pinochet se hiciera con el poder en 1973, como prueba de que las políticas inspiradas por Friedman mostraban la senda hacia un próspero desarrollo económico. Pero aunque otros países latinoamericanos, desde México hasta Argentina, han seguido el ejemplo de Chile en la liberación del comercio, la privatización de empresas y la liberalización, la historia de éxito chilena no se ha repetido.
Por el contrario, la percepción de la mayoría de los latinoamericanos es que las políticas neoliberales han sido un fracaso: el prometido despegue del crecimiento económico nunca llegó, mientras que la desigualdad de la renta ha empeorado. No quiero culpar de todo lo que ha salido mal en Latinoamérica a la Escuela de Chicago, ni idealizar lo sucedido antes, pero hay un asombroso contraste entre la percepción que Friedman defendía y los resultados reales de las economías que se pasaron de las políticas intervencionistas de las primeras décadas de posguerra a la liberalización.
Centrándonos más estrictamente en el tema, uno de los principales objetivos de Friedman era la, en su opinión, inutilidad y naturaleza contraproducente de la mayor parte de la reglamentación pública. En una necrológica para su colaborador George Stigler, Friedman elogiaba en concreto la crítica de Stigler a la normativa sobre la electricidad, y su argumento de que los reguladores normalmente acaban sirviendo a los intereses de los regulados y no a los de los ciudadanos. ¿Cómo ha funcionado entonces la liberalización?
Empezó bien, comenzando con la liberalización del transporte por carretera y de las aerolíneas a finales de la década de 1970. En ambos casos, la liberalización, aunque no contentó a todos, aumentó la competencia, en general bajó los precios, y aumentó la eficacia. La liberalización del gas natural también fue un éxito.
Pero la siguiente gran oleada de liberalización, la del sector eléctrico, fue otra historia. Al igual que la depresión japonesa de la década de 1990, demostraba que las preocupaciones keynesianas por la eficacia de la política monetaria no eran un mito; la crisis de la electricidad en California en 2000 y 2001 -en la que las compañías eléctricas y las distribuidoras de energía crearon una escasez artificial para hacer subir los precios- nos recordó la realidad que había tras los cuentos de los barones ladrones y sus depredaciones. Aunque otros Estados no sufrieron una crisis tan grave como la de California, en todo el país la liberalización de la electricidad supuso un aumento, no una disminución, de los precios, y unos beneficios enormes para las compañías eléctricas.
Aquellos Estados que, por la razón que fuera, no se subieron al vagón de la liberalización en la década de 1990 se consideran ahora afortunados. Y las más afortunadas son aquellas ciudades que por algún motivo no recibieron el memorando sobre los males del sector público y las bondades del sector privado, y siguen teniendo compañías eléctricas públicas. Todo esto demuestra que los argumentos originales a favor de la reglamentación eléctrica -la observación de que sin reglamentación las compañías eléctricas tendrían demasiado poder monopolístico- siguen siendo tan válidos como siempre.
¿Debería esto llevarnos a la conclusión de que la liberalización es siempre mala idea? No. Depende de los detalles específicos. Deducir que la liberalización es siempre y en todas partes una mala idea sería incurrir en el mismo tipo de pensamiento absolutista que, se podría decir, fue el mayor defecto de Milton Friedman.
En la reseña de 1965 sobre Monetary history, de Friedman y Schwartz, el fallecido premio Nobel James Tobin acusaba levemente a los autores de ir demasiado lejos. "Considérense las siguientes tres proposiciones", escribía. "El dinero no importa. Sí que importa. El dinero es lo único que importa. Es demasiado fácil deslizarse de la segunda proposición a la tercera". Y añadía que "en su celo y euforia", eso es lo que muy a menudo hacían Friedman y sus seguidores.
La defensa del laissez-faire por parte de Milton Friedman parece haber seguido una secuencia similar. Después de la Gran Depresión, muchos empezaron a decir que los mercados nunca pueden funcionar. Friedman tuvo la valentía intelectual de decir que los mercados sí funcionan, y sus dotes teatrales, unidas a su habilidad para organizar datos objetivos, lo convirtieron en el mejor portavoz de las virtudes del libre mercado desde Adam Smith. Pero caía con demasiada facilidad en la afirmación de que los mercados siempre funcionan y que son lo único que funciona. Es extremadamente difícil encontrar casos en los que Friedman reconociese la posibilidad de que los mercados pudieran funcionar mal, o de que la intervención pública podía ser útil.
El absolutismo liberal de Friedman ha contribuido a crear un clima intelectual en el que la fe en los mercados y el desdén por el sector público a menudo se imponen a los datos objetivos. Los países en vías de desarrollo se apresuraron a abrir sus mercados de capitales, a pesar de las advertencias de que eso podría exponerlos a crisis financieras; después, cuando las crisis llegaron como era previsible, muchos observadores culparon a los Gobiernos de esos países, no a la inestabilidad de los flujos de capital internacionales. La liberalización de la electricidad se produjo a pesar de las claras advertencias de que el poder de monopolio podría ser un problema; de hecho, al tiempo que la crisis de la electricidad en California seguía su evolución, la mayoría de los analistas quitaban importancia a las preocupaciones por el posible amaño de los precios alegando que no eran más que teorías de conspiración descabelladas. Los conservadores siguen insistiendo en que el libre mercado es la respuesta a la crisis sanitaria, frente a las abrumadoras pruebas en contra.
Lo extraño del absolutismo de Friedman respecto a las virtudes de los mercados y los vicios del Estado es que en su trabajo como economista teórico era de hecho un modelo de comedimiento. Como ya he señalado, hizo grandes contribuciones a la teoría económica al resaltar la importancia de la racionalidad individual, pero, a diferencia de algunos de sus colegas, sabía cuándo parar. ¿Por qué no mostró el mismo comedimiento en su papel de intelectual público?
La respuesta, sospecho, es que se vio atrapado en una función esencialmente política. Milton Friedman, el gran economista, sabía reconocer la ambigüedad y la reconocía. Pero de Milton Friedman, el gran defensor de la libertad de mercado, se esperaba que predicase la verdadera fe, no que manifestase sus dudas. Y acabó desempeñando la función que sus seguidores esperaban. A consecuencia de ello, la refrescante iconoclasia de los primeros años de su carrera se convirtió con el tiempo en una rígida defensa de algo que se había convertido en la nueva ortodoxia.
A la larga, a los grandes hombres se les recuerda por sus virtudes y no por sus defectos, y Milton Friedman fue de hecho un hombre muy grande, un hombre de valentía intelectual que fue uno de los pensadores económicos más importantes de todos los tiempos, y posiblemente el más brillante comunicador de las ideas económicas a los ciudadanos en general que jamás haya existido. Pero hay buenas razones para sostener que el friedmanismo, al final, fue demasiado lejos, como doctrina y en sus aplicaciones prácticas. Cuando Friedman inició su trayectoria como intelectual público, había llegado la hora de llevar a cabo una contrarreforma contra el keynesianismo, y todo lo que eso conllevaba. Pero lo que el mundo necesita ahora, diría yo, es una contra-contrarreforma. -paul
krugman
Paul Krugman es profesor de Economía en la Universidad de Princeton y premio Nobel de Economía 2008. © New York Times Service, 2008. Traducción de News Clips.

viernes, 17 de octubre de 2008

AHORA EL PRESUPUESTO DE CULTURA


¡AHORA EL PRESUPUESTO DE CULTURA!


La crisis congela las cuentas de Cultura
TEREIXA CONSTENLA - Madrid - 17/10/2008

En época de crisis sólo crecen las tijeras. Pero no todos los departamentos sufren por igual: entre los más trasquilados suele figurar la cultura. En 2009, año de apreturas económicas, el Ministerio de Cultura tendrá un presupuesto de 922,9 millones de euros, apenas un 0,57% más de lo dispuesto este ejercicio (917,6 millones). Pese a ello, el ministro César Antonio Molina, al presentar el proyecto a la prensa, aseguró que no han sacrificado ningún "compromiso" ni se han sentido especialmente perjudicados por las directrices del Ministerio de Economía. "Las circunstancias no son para dar saltos de alegría, pero hemos logrado que el ministerio continúe su camino sin percibir los recortes", dijo Molina. "En circunstancias normales no tendríamos estos presupuestos, pero en circunstancias extraordinarias son los mejores posibles", agregó. "No me considero maltratada en la negociación", reiteró Dolores Carrión, la subsecretaria de Cultura que ha defendido las cuentas ante Economía.

Pero el hecho de que el presupuesto de Cultura ni siquiera suba ajustándose a la inflación [el Fondo Monetario Internacional prevé que será un 2,6% en 2009] significa, para el portavoz del PP en la comisión de Cultura, José María Lasalle, "una depreciación en términos reales". Molina, sin embargo, defendió las cifras por aunar la "austeridad en el gasto corriente y en los costes de personal" con el "cumplimiento íntegro de todos los compromisos".
Destacó las actuaciones en la Ley del Cine (124,2 millones para el programa de cinematografía frente a los 108,1 del año pasado), en el fomento de industrias culturales (27,1 millones) y en infraestructuras como el Museo Arqueológico Nacional (15 millones), el Centro de Fondos Fílmicos (7,2 millones), el Museo Palacio de la Aduana de Málaga (6,7 millones) o el Centro de la Memoria Histórica de Salamanca (3,6 millones). "Se defendió partida por partida todo aquello que nos parecía intocable, pero la situación económica es la que es", admitió el ministro.
El PP ha hecho hincapié, por el contrario, en el recorte en las medidas de lucha contra la piratería, la protección del patrimonio histórico o la promoción del libro, entre otras. "Se entiende la política de austeridad, pero sorprende que crezca la política social y no la cultural, que es un factor de vertebración", censuró Lasalle. Para Joan Tardá, portavoz de Esquerra Republicana, sigue siendo una tarea pendiente una política de defensa del plurilingüismo. Su formación reclama que los recursos de Cultura se "territorialicen", aunque su objetivo último es la supresión del propio ministerio.

El reparto por organismos
- Instituto Nacional de las Artes Escénicas y de la Música (INAEM): 170,9 millones
- Gerencia de Infraestructuras: 158,2
- Instituto de las Ciencias y Artes Audiovisuales (ICAA): 120,1
- Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía: 58,8
- Biblioteca Nacional: 52,9
- Museo del Prado: 46,2
Total: 607,1

lunes, 13 de octubre de 2008

hasta cuándo


Es Obama un salvador del mundo libre u otro lobo disfrazado de cordero.




¿Hasta dónde seguiremos denunciando el derroche de dinero público regalado a los bancos?






Vivimos una época muy excitante equiparable al crash del 29 por lo que no podemos quedarnos de brazos cruzados. Seguiremos condenando a nuestros gobiernos -sean del signo que sean- que están dando pan para hoy y hambre para mañana debido a la irreflexión una vez más al no distinguir lo urgente de lo importante.






Hoy más que nunca nuestros colegios y universidades deberían llenarse de asignaturas como la ética para no repetirnos en el futuro pero los signos emitidos hasta hoy indican todo lo contrario. Somos una sociedad condenada a la extinción ya que no aprende de sus fracasos.






Así que seguieremos las veces que haga falta denunciando estos gobiernos descabezados hasta que den síntomas de lo contrario.




A veces pienso que mientras dure esta terrible crisis deberíamos abrir una ventana sólo para hablar, debatir. opinar o dialogar sobre la crisis financiera que azota la economía mundial y que sobre todo ha golpeado el fragilísimo mundo de la cultura y la educación.




Nosotros ya hemos movido ficha, ya nos hemos "mojado" con propuestas concretas, ¿tú qué opinas? Nos interesa y mucho.






El Corral de la Olivera

los primeros recortes

Aquí llegan los primeros recortes.

La crisis trae la menor subida de presupuesto para enseñanza desde 2004
J. A. A. - Madrid - 13/10/2008

La subida del presupuesto educativo para 2009 del nuevo Ministerio de Educación, ya sin las universidades y con la Política Social a sus espaldas, es la menor en los años de Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero (PSOE). Ha sido de un 1,9% respecto al año anterior, y hay que remontarse a los últimos presupuestos aprobados por el Gobierno del PP, los de 2004, para encontrar un crecimiento más exiguo, de un 1,3%. En medio de la crisis económica, la ministra Mercedes Cabrera habló de unos presupuestos austeros (1.953 millones de euros para educación), pero que darán para las subidas, aseguró, que necesitan las "grandes iniciativas".

El monto más importante del ministerio en la parte educativa son las becas, que suben en la convocatoria general un 4,2% respecto al año anterior, hasta los 647 millones de euros (las ayudas universitarias, otros 694 millones, las gestionará por primera vez el Ministerio de Ciencia e Innovación). También está asegurado el presupuesto comprometido para seguir desarrollando la ley educativa aprobada hace dos años: 669 millones de euros, cerca de 26 millones más que el año anterior. Y el presupuesto para FP, la gran apuesta de la nueva cartera, rozará los 40 millones de euros, casi seis millones más que este año.
Gasto autonómico
En cualquier caso, conviene recordar que el dinero que gestionan los ministerios de Educación y Ciencia e Innovación apenas supone una pequeña parte del gasto educativo, que depende sobre todo de las comunidades autónomas. En el caso de Educación, su presupuesto para 2009 supone el 6,6% del gasto en enseñanza no universitaria que se hizo en 2006.
La Federación de Enseñanza del sindicato CC OO consideró insuficiente la subida presupuestaria, pero valoró el esfuerzo en tiempos de crisis y reclamó a las comunidades autónomas que tampoco recorten el gasto educativo a pesar de la presión. "Advertimos a las comunidades que no vamos a permitir recortes ni retrocesos en los presupuestos educativos autonómicos. El gasto público educativo en nuestro país se encuentra todavía lejos del gasto medio de la UE y de la OCDE", dijo el sindicato en un comunicado. La media es del 5,4% del PIB, y en España fue del 4,6% en 2005.


sábado, 11 de octubre de 2008

para salir de la crisis



EDUCACIÓN FRENTE A LA CRISIS

El origen de la crisis financiera o del desastre medioambiental que se avecina radica en una ausencia de valores éticos, y la única receta para superar "tantas amenazas al futuro" es la educación. El presidente de honor del Club de Roma, Ricardo Díez Hochleitner, apostó ayer por "hacer un esfuerzo en cooperación internacional" y emprender "una acción global" en el terreno educativo para salir del bache económico que azota los mercados de todo el mundo.





Díez Hochleitner fue homenajeado ayer como Español Universal 2008, una distinción promovida por la Fundación Independiente, con la colaboración de la Fundación Bertelsmann, La Caixa, el capítulo español del Club de Roma, la Comisión Europea y la Fundación Santillana. Instituido en 1996, han recibido este galardón Camilo José Cela, Federico Mayor Zaragoza, Pedro Duque, Margarita Salas y Vicente Ferrer, entre otros.



El acto de homenaje se abrió con un diálogo intercultural sobre educación y cooperación internacional. Promover políticas educativas ha sido, precisamente, una de las actividades en la que más a fondo se ha empleado Hochleitner. A mediados de los años cincuenta abordó la reforma de la enseñanza en Colombia, que fue un ejemplo para América Latina. También participó en proyectos para la formación de ingenieros en la India, de donde salen los mejores informáticos.



La clave de este desarrollo son "políticas con una visión de futuro", explica Hochleitner, que ha tenido responsabilidades en el Banco Mundial o la Unesco. Por eso critica las políticas cortoplacistas de países como España, donde algunas leyes apenas duran una legislatura. "Se necesitan al menos dos décadas para pensar una reforma. No se trata de no tocar una ley, pero no se puede estar siempre partiendo de cero. Eso es una tragedia". Por eso es partidario de que todos los partidos asuman un "pacto de Estado" en materia educativa.

viernes, 10 de octubre de 2008

bienvenida


Bienvenidos al blog publicado por la Compañía Teatral El Corral de la Olivera. En este cuaderno se recogen todos los trabajos realizados por este colectivo en materia de PRODUCCIONES PROPIAS, CAMPAÑAS ESCOLARES, CURSOS Y TALLERES, presencia y organización de FESTIVALES.
Aunque EL CORRAL DE LA OLIVERA va más lejos de lo que sería una compañía teatral al uso ya que su vertiente investigadora, que encuentra su salida en los talleres que imparte, también tiene su ventana en este cuaderno a través de sus LECCIONES DE TEATRO CLÁSICO, sus peculiares DIGRESIONES y sus comentarios al hilo de los poetas del siglo de oro y sus VERSOS.
También dispone de un servicio humilde de FONOTECA para escuchar los versos en voces de especialistas y actores. Además se ha creado una ventana de CRÍTICAS para aquellos espectáculos clásicos que pasen por los escenarios valencianos.
El colectivo EL CORRAL DE LA OLIVERA está integrado en la Asociación Cultural sin ánimo de lucro OBSERVATORIO DE LAS ARTES ESCÉNICAS, sin cuyo apoyo y asesoramiento no sería posible su quehacer y, lo que es más importante, la existencia en la Comunidad Valenciana del primer colectivo profesional dedicado al estudio, difusión y producción del teatro clásico.

Le Clezio, premio nobel




Así escribe Le Clezio, último Premio Nobel de Literatura 2008:

"Imagina dónde estás, en este momento. Imagina quién eres. Eres simplemente una cámara oscura cuyo diafragma se abre a la negrura de la noche. Tu cámara es un fragmento de lava lanzado al espacio, y ese fragmento de lava es llevado en un círculo alrededor de una estrella cuya potencia es tal que ningún cuerpo en su vecindad puede escapar a su atracción. La estrella misma huye en el vacío a una velocidad incalculable, hacia un destino que no conoceremos jamás, forma parte de un lago de otros soles que conforma la galaxia, que se aleja de los otros lagos, de las otras Vías Lácteas, cada una hacia un punto del espacio a una velocidad incalculable, y cada uno de esos soles, cada una de esas Vías Lácteas están tan lejos que aun si los miráramos durante mil años nos parecerían inmóviles. Imagina todo eso. Mira el cielo. Los lagos de estrellas, los soles, las nebulosas, los cúmulos, las nubes, los racimos de escarcha adheridos a los cometas. Piensa en el cortejo de los astros y de sus satélites, Júpiter, Saturno, Marte, Venus, Mercurio. Piensa que todo lo que acabo de decirte pasa por ese orificio minúsculo de tu pupila, un rayo tan fino como uno de tus cabellos, que entra en la cúpula de tu cráneo, en la casa de tu cuerpo, en el tiempo de tu vida tan breve, de tu tiempo que no dura más que la cigarra que escuchas en el mismo instante, colgada de la rama del algodonero, que adivina el mundo con un solo grito. Imagina que esta noche es la más larga de tu vida. Déjate arrastrar a otro mundo, adivínalo a la manera de la cigarra, por los poros de tu piel, no solamente con las cámaras oscuras de tus ojos, sino con todo tu cuerpo. Respíralo, bébelo. Si crees saber algo, olvídalo. "

Fragmento de Urania, El cuenco de plata, 2007

Premio Nobel Literatura



Triunfo de las letras francesas
Le Clézio, el Nobel del desarraigo

El novelista es autor de medio centenar de libros - La extranjería ha marcado toda su obra - "Viajando se escucha mejor el ruido del mundo", afirma
J. M. MARTÍ FONT - París - 10/10/2008


La Academia Sueca concedió ayer el premio Nobel de literatura a Jean-Marie Gustave Le Clézio, definiéndole como un "escritor de la ruptura, de la aventura poética y de la sensibilidad extasiada; explorador de la humanidad, dentro y fuera de la civilización dominante". Narrador militante -"la novela es el mejor sistema para entender el mundo", dijo ayer-, humanista, crítico de la modernidad, admirador de Conrad y Stevenson y apasionado por los mitos antiguos, Le Clézio, es el prototipo del ciudadano del mundo, aunque insista en que su pequeña patria es la isla Mauricio, en el Índico, el lugar del que es originaria su familia y cuya nacionalidad ostenta, junto a la francesa.
"Escribo novelas porque no soy capaz de escribir mis memorias"
"No soy un exiliado, tal vez un nómada, por razones económicas"
Autor de medio centenar de obras, la mayor parte narrativas, el escritor recibió la noticia en París, donde se encontraba de paso, recién llegado de Corea y de camino hacia Canadá. Su nombre formaba parte de los candidatos al premio desde hace años, aunque nunca se le consideró un favorito. Hace unos años la revista Lire le escogió como el más grande escritor vivo en lengua francesa, pero Le Clézio no forma parte del mundillo editorial y literario francés y no ha estado muy al corriente de la admiración que despertaba.
La llamada de Estocolmo le cogió por sorpresa, explicaba ayer en una sala abarrotada de la editorial Gallimard, en París, donde ha publicado la mayor parte de su obra. Se limitó a contestar: "Muchas gracias".
Su propia vida, sus raíces, son una novela de aventuras. Nació en la localidad francesa de Niza el 13 de abril de 1940, a donde su madre y su abuela habían llegado como inmigrantes procedentes de la isla Mauricio. Una historia de ida y vuelta, porque en realidad sus antepasados, originarios de Bretaña, habían emigrado a esta parte del mundo a finales del siglo XVIII, cuando todavía era una colonia francesa. Cuando pasó a manos británicas se convirtieron en súbditos de la corona.
Su primera juventud la pasó en Gran Bretaña, en las universidades de Bristol y Londres, donde incluso impartió clases de literatura. En un momento dado, sin embargo, decidió escoger la lengua francesa para expresarse. Con sólo 23 años, en 1963, ganó el premio Renaudot con su primera novela, El atestado, todavía en la ola de un cierto experimentalismo, a caballo entre el existencialismo y el nouveau roman. Siguieron La fièvre (1965), El diluvio (1966), Terra amata (1967) y La guerre (1970). Con Desierto (1980), en la que realiza una serie de retratos entrelazados de los antepasados de su esposa, Jemia, de origen saharahui, se consagra y obtiene el premio de la Academia Francesa.
Su literatura desvela la ambigüedad de las consideraciones contemporáneas sobre las identidades. De África pasa a América. Vive 12 años en México. Se mueve, esencialmente, entre las culturas indígenas, de las que toma la voz. Voyage de l'autre côté, es uno de los frutos de esta experiencia. Pese a que no se considera un "académico", como dejó claro ayer, ha ejercido y ejerce todavía la docencia en universidades de México, Londres, Perpiñán, Bangkok, Boston, Austin y, actualmente, en Alburquerque, en el estado norteamericano de Nuevo México. Habla perfectamente francés, inglés y español, como demostró ayer en su encuentro con los medios de comunicación, respondiendo indistintamente en cualquiera de estas lenguas.
"Escribo novelas porque no soy capaz de escribir mis memorias", aseguraba esta misma semana hablando de su última novela Ritournelle de la faim. "Cuando escribo novelas cambio de personalidad, la novela te permite convertirte en otro; es magnífico, meterte en la piel de otra persona, de otro sexo". "Mi mensaje es claro", dijo ayer, "hay que seguir leyendo novelas porque son un gran sistema para entender el mundo, un modelo que no es esquemático y que por eso permite hacerse preguntas".
Con una mirada entre sorprendida y serena, este hombre alto, de porte distinguido y cuyos rasgos conservan una cierta belleza de joven adolescente, respondió sin agobierse a las preguntas que le lanzaban los periodistas. Siempre atento a la paradoja; "No, no viajo mucho. Voy a un lugar y me quedo allí un tiempo"; "Mi pequeña patria es la isla Mauricio"; "No soy un exilado, tal vez un nómada, por razones económicas"; "La lengua francesa es mestiza, la cultura francesa es un lugar de encuentro"; "Escribir es escuchar el ruido del mundo y viajando se escucha mucho mejor".
La extranjería, de hecho, es una de las constantes de su obra: "La condición de extranjero hoy nos define como humanos, pese a que vivimos en sociedades en las que el hogar, las fronteras y las leyes sociales son importantes", señalaba en una reciente entrevista. "Lo que se llama mundialización", continuaba, "es el invento de un ser humano nuevo que supera las fronteras y se comunica de diversas maneras nuevas. Un extranjero es alguien que puede imaginar los otros mundos y puede trasladarse a otras civilizaciones". En su opinión, no existe choque de culturas en el mundo actual, sino un poder central industrial y tecnológico al que se resisten las diversas culturas: "Ese enfrentamiento responde al esfuerzo por sobrevivir".
Preguntado sobre qué libro suyo recomendaría eligió Pavana (1992) porque, explicó, corresponde a un combate que llevó a cabo en México, con otra gente, contra la empresa Mitsubishi, que quería instalar una fábrica de sal en una zona donde las ballenas grises acuden a parir. "Y conseguimos impedirlo"; añadió.
Sobre la crisis financiera no se le ocurrió gran cosa. "Tengo poco que ver con los bancos, aunque estoy un poco endeudado". Y sobre su pertenencia a una u otra corriente literaria respondió tajante: "Soy tan solo un escritor, que es un testigo, nada más. No pertenezco a ninguna corriente".

En plena Crisis





Los rectores de Madrid advierten de la asfixia de la Universidad Aguirre dice ahora que el recorte no afectará a las nóminas de los profesores
SUSANA PÉREZ DE PABLOS - Madrid - 10/10/2008


Las universidades públicas de Madrid están asfixiadas. Tienen problemas de liquidez para pagar las nóminas, después de que el Gobierno regional les haya recortado sin previo aviso ya en el mes de septiembre el 30% de la partida destinada a pagar los sueldos de los profesores y personal de servicios.

La presidenta afirma que todos tendrán que apretarse el cinturón
"Estamos al límite, nos han dejado a los pies de los caballos sin avisarnos, en una situación de estrangulamiento. Esperemos que la Comunidad de Madrid tenga la sensatez suficiente para arreglar este problema". Así de rotundo se manifestó ayer el rector de la Universidad Complutense de Madrid, Carlos Berzosa. No fue el único. Su homólogo de la Universidad Carlos III de Madrid, Daniel Peña, también está preocupado: "Este recorte es inasumible por las universidades e inaceptable de ningún Gobierno serio. Espero que se solucione". "La Comunidad de Madrid nos ha dicho que no tienen liquidez", dijo ayer el rector de la Universidad Autónoma de Madrid, Ángel Gabilondo. "Pero no aceptamos un recorte del capítulo de salarios. Es intocable. Aunque se están dando pasos para buscar salidas a la situación", recalcó Gabilondo, quien preside la Conferencia de Rectores de Universidades Españolas (CRUE). "En tiempos de crisis, no debe haber recorte ni en educación ni en investigación", añadió.
Después de hacerse público el recorte , el Gobierno regional ha ablandado su postura. La consejera de Educación, Lucía Figar, había dicho el pasado día 30 a las universidades que "se olvidaran del dinero" (el recorte anunciado afecta hasta diciembre). Pero ayer, la presidenta de Madrid, Esperanza Aguirre, aseguró al rector de la Universidad de Alcalá de Henares, Virgilio Zapatero, que "va a solucionar" el problema. Fuentes de la comunidad concretaron a este periódico que "el Gobierno regional tiene voluntad de buscar una solución", pero no especificaron en qué sentido.
Virgilio Zapatero y el rector de la Universidad Rey Juan Carlos, Pedro González-Trevijano, se reunirán el próximo lunes o martes con el consejero de Economía de la Comunidad de Madrid, Antonio Beteta. "Espero que la próxima semana esté resuelto, aunque es verdad que tenemos problemas de liquidez para pagar las nóminas", manifestó Virgilio Zapatero. "Soy optimista, la postura anterior de la consejería de Educación fue quizás más drástica", añadió. González-Trevijano preside la Conferencia de Rectores de las Universidades de Madrid (Cruma).
Ayer, los principales dirigentes autonómicos no sólo reconocieron que han metido la tijera en las asignaciones de las universidades sino en todas las instituciones que dependen de sus fondos.
El vicepresidente regional, Ignacio González, explicó por la mañana en la Asamblea que llevan tiempo en conversación con los rectores para tratar de ver cómo se pueden "apretar el cinturón". Esta negociación, dijo, la está llevando a cabo la consejera de Educación, Lucía Figar, y después se plasmará en los Presupuestos regionales que se presentarán a final de mes. "Estamos en un proceso de reducción del gasto público", afirmó. "No significa que le digamos a los rectores que recorten los salarios, entre otras cosas, porque no es posible. Sí pedimos un esfuerzo de ajuste del gasto y hemos encontrado que la disponibilidad de los rectores es total".
La presidenta de la Comunidad, Esperanza Aguirre, habló del tema por la tarde: "Estamos en contacto con los rectores de modo que desde luego de ninguna manera las nóminas pueden verse afectadas", afirmó. "Otra cosa es que todos tengamos para el año que viene que hacer esfuerzos para apretarnos el cinturón".

jueves, 9 de octubre de 2008

más crisis


Otra digresión sobre la crisis:


Os mantendremos informados pero sería un suicidio para la compañía que en una situación así nos empeñemos en sacar adelante una nueva producción -estamos hablando de Las Mocedades del Cid-.


Es triste pero es lo más inteligente poner la energía y los pocos recursos que nos quedan en buscar bolos para La Viuda Valenciana y La Dama Boba. Al fin y al cabo son espectáculos que sabemos que funcionan y que es un placer para nosotros ponerlos en escena.


Mejoraremos los dossiers de los espectáculos y haremos unos buenos videos de los espectáculos para hacer unos buenos promos.


Sería interesante buscar ayuda en tareas de prducción ya que la compañía en este momento es donde más necesita sumar.


Hace poco más de un mes se discutía en los medios de comunicación si era correcto o no hablar de crisis y ahora ya se han montado hasta "observatorios de la crisis". Esto genera un estado casi de pánico que hace que no se mueva nada y menos en el mundo de la cultura.


Al final nos vemos obligados a tomar medidas y a adaptarnos a la situación. Lo penoso, ya lo dijimos, es que es la cultura la primera en verse afectada por los devaneos de la economía.

miércoles, 8 de octubre de 2008

crisis

Ya estamos de pleno inmersos en la crisis, primero fue la inmobiliaria y ahora es la financiera, ¿Y quién va a pagar todos los platos rotos, además del sufrido contribuidor? Pues, desde luego, la cultura. Siempre la cultura es la primera que sufre los avatares de unos políticos que no quieren ver que en materia de educación y cultura no habría que recortar ni un céntimo porque son la garantía de que en el futuro no reproduzcamos nuestros propios errores.

En los próximos años para poder sacar un proyecto de nuestras características adelante probablemente tengamos que renunciar a hacer una nueva producción y atrinchararnos en lo que ya tenemos para tratar de moverlo.

Esto supone un retroceso en el crecimiento artístico de la compañía y de sus miembros. Igual que se proteje a los bancos deberíamos proteger nuestra cultura porque una sociedad sin cultura está condenada a la barbarie.